Algunos nuevos Quarks - 2012 (microficciones)
METAMORFOSIS
Se bambolea, borracha, la abeja entre los lilas del jacaranda. La vigilo. con toda la medula. soy la abeja. Vuelo con ella, seré jacaranda.
AFASIA
Rara forma de la afasia, la que aqueja a mi amigo Vicente Huidobro (a quien llamamos “el chilenito aristócrata”): incapaz de articular conceptos, sólo emite poemas. Cuando el martes por la tardecita gritó: “Eres tan bella como el faro en la niebla buscando a quién salvar…”, con lo que sólo logró asustar a los fantasmas que iban a posarse en el cable de la luz, el doctor Eufrates dictaminó: “No, no es afasia, es una extraña variante de la idiotez”. Claro, el doctor es asiduo lector de Hegel. Cómo pretender que comprenda a Vicente.
NOCTURNO DE TANGO
«Me hallaba solo, disponible, desafecto y tranquilo. Tenía veintiséis años.»
El juego del revés, «Teatro», Antonio Tabucchi.
¿Me creerá si le digo que en esa época yo me sentía extrañamente identificado con el joven solitario, desafecto y tranquilo que se abría paso, sin saber por qué ni hacia adónde, en la escondida región de Kaniemba, Africa? ¿Y que en cierto exacto minuto se sentiría perplejo frente a aquel inglés, Sir Wilfred Cotton, y sus sorprendentes “funciones teatrales”, proezas fantasmales de un ex actor que, roto el hilo umbilical de su vida, reviviría su ayer en homenaje a aquel joven, su único invitado vestido de etiqueta en una residencia al borde de la selva, residencia y a la vez improvisado escenario, verdad, Antonio Tabucchi?
Sí, yo tenía veintiséis años y a la inversa de ese joven me sentía muy poco disponible, hundido en un mar de intranquilidades. Lejos del sitio, fuera cual fuese, en el que debería estar.
Por eso, para esconder mi imprecisa angustia, cierta noche decidí mantenerme estático dentro de la oscuridad del salón, allí en la casa familiar, tan lejos del Africa, a sabiendas de que mi camisa blanca brillaba como una luciérnaga. Y que desde el patiecito abierto a la luna ella estaría bservándome, aun sin verme del todo, fascinada. Todavía enamorada.
No, no me veías. Pero sí ahora, cuando han pasado excesivos años. Y en la noche, mezclado con el prestigio vegetal de los arándanos sin duda rojos, se oye un tango.
La camisa que ahora llevo es azul, casi negra. Por contraste, mi cabello es blanco. La sala está a oscuras. Vos permanecés quieta, esfinge tal vez triste y dolorida ante la callada comprobación de que la rueca llamada vida se desmadeja más rápido cada vez, y ya no sos la muchacha que reía por nada y miraba la luna.
Tampoco estás aquí, es cierto. Y sin embargo, sólo ahora podés verme. Porque estás únicamente en mi y no ya en un patio inexistente. Ni en esa África que nunca visitamos.
¿UN SUEÑO?
Entré, sonriente y confiado, en el salón. La multitud se agitaba sin finalidad visible. Una orquesta imponía su música poco real. La busqué, ávido: ah, sí, allí estaba ella, pura sonrisa y agitando las manos mientras marchaba a mi encuentro. De pronto, comenzó a alejarse velozmente, braceando desesperada. Segundos más tarde el salón desapareció, oscurecido en un violentísimo haz de luz.
¡PUCHA, CÓMO SOS!
Sos tan ser que no hay palabra para decirte. Sos el sinlenguaje. Movés una mano y el aire se colma de ser. ¿A qué tamaña exageración? Pero si fueras menos ser ¿cómo te sostendrías en lo aparente? Igual que el buen perfume, persistís.